La crisis actual no está finalizando sino
que está consolidando el nuevo modelo social que el neoliberalismo buscaba:
trabajo precario, salarios bajos, servicios públicos deteriorados y copagados,
desigualdad creciente, exclusión social. Con ser muy grave la crisis económica
por la que atraviesa España, con su dramática consecuencia de más de cinco
millones de parados y un empeoramiento general del nivel de vida, pienso que es
más difícil de superar la crisis política e institucional que el país afronta. La
corrupción, que ya no es puntual ni coyuntural sino permanente y estructural, y
que afecta a todos los partidos que han gobernado, aunque en grados distintos,
es su característica más sintomática, aunque no sea la causa sino la
consecuencia. Coincide esta situación con el final de un ciclo histórico y la
apertura de una nueva etapa llena de incertidumbres.
Pero aparquemos la crisis económica por
suficientemente analizada y centrémonos en la crisis política e institucional.
Crisis de gobernabilidad (déficit de modelo de Estado y de Administración; 17
CCAA sin coordinar; incumplimiento de la Constitución; partidos políticos con
una baja calidad democrática) y crisis de liderazgo político y de credibilidad.
Aunque la sociedad española aguanta bien, a pesar de todo. En el fondo, sigue
creyendo en la política, en otra política. Por eso sigue votando, a otros distintos
de los habituales, prueba con otras alternativas. En definitiva, lo que está
pidiendo a gritos es una regeneración democrática. Critica a los políticos,
pero para que cambien (de personas y de conductas). Y hablar de regeneración es
hablar de cultura y de educación, no de un mero cambio de decorado.
No hay que olvidar que, tras cuarenta años de dictadura
franquista, los españoles supimos organizar la convivencia de nuestra sociedad
para darle un potente impulso de prosperidad y libertad. Hoy, no solo estamos
mejor que ayer sino que gozamos ya de una breve tradición que nos permite
seguir, con la herramienta del consenso, dando forma a las modificaciones
necesarias que nos permitan una convivencia justa y solidaria. El pesimismo,
con frecuencia, no es más que la coartada para la negación de la participación
política. Existen suficientes recursos humanos e institucionales, pero faltan
liderazgos que dirijan los procesos de este nuevo impulso.
Somos conocedores
de las consecuencias (positivas y negativas) de la globalización, que se
visualiza especialmente a partir de 1989 (desaparición del modelo comunista) y
que facilita la aparición de un nuevo modelo social neoliberal y tecnocrático.
Pero también es cierto que España está sufriendo con mayor intensidad una
crisis propia y más grave que tiene otras causas específicas. Los ya bastantes
años de democracia han esclerotizado a nuestras instituciones y a nuestros
líderes, de manera que es urgente la modificación de actitudes y contenidos, a
fin de establecer un modelo político más acorde con las nuevas exigencias del
nuevo ciclo que ya ha empezado.
El punto de partida debería ser un
diagnóstico de situación y su correspondiente etiología. Debería ser un
análisis descarnado que posibilitase una terapia real, aunque fuese traumático
para muchos de sus protagonistas. Hay cuestiones generales que hay que
solventar con nuestros socios: la globalización y la competitividad, Europa y
el euro…, pero hay otras cuestiones propias de España que nadie las va a
solventar por nosotros. Especialmente grave son los sentimientos de
escepticismo e incredulidad respecto a la capacidad de nuestros líderes para
atender a las demandas de los ciudadanos. La corrupción generalizada por parte
de todo tipo de dirigentes, el descrédito de la clase política, las violaciones
de derechos que se consideraban adquiridos de forma permanente, hacen crecer la
desafección popular de los españoles hacia el sistema que ha generado mayores
niveles de bienestar, democracia y libertad en toda la historia de España. Si a
ello añadimos la llamada ruptura generacional por las enormes dificultades de
los jóvenes para encontrar empleo y la nueva facilidad y virulencia con que se
expresa su justificado descontento en las redes sociales, describiremos un
escenario de muy difícil recomposición.
Algunos simplifican
la solución con una modificación de la CE en clave federal. Sin embargo, todo
es mucho más complejo, pues si bien es cierto que una modificación
constitucional podría dar un nuevo impulso (¿segunda transición?), previamente
hay que modificar radicalmente muchas actitudes y planteamientos sin los que es
imposible un cambio serio. Dejamos para una próxima entrega algunos de estos
cambios y su metodología.
Mariano Berges, profesor de filosofía
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